domingo, 19 de septiembre de 2010

AMOR Y DIGNIDAD


¿Qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien?

Cuentan que una bella princesa estaba buscando
consorte. Aristócratas y adinerados señores habían
llegado de todas partes para ofrecer sus
maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y
tronos conformaban los obsequios para conquistar a
tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven
plebeyo, que no tenia más riqueza que amor y
perseverancia. Cuando le llego el momento de
hablar, dijo:

"Princesa, te he amado toda mi vida.
Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para
darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de
amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana,
sin mas alimentos que la lluvia y sin mas ropas
que las que llevo puestas. Esa es mi dote..."

La princesa, conmovida por semejante gesto de
amor, decidió aceptar : "Tendrás tu oportunidad:
Si pasas la prueba, me desposaras".

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente
estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve
y las noches heladas.

Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su
amada, el valiente vasallo siguió firme en su
empeño, sin desfallecer un momento. De vez en
cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir
la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble
gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.
Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos
optimistas habían comenzado a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de
zona habían salido a animar al próximo monarca.
Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto,
cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo,
ante la mirada atónita de los asistentes y la
perplejidad de la joven princesa, se levanto y sin dar
explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por
un solitario camino, un niño lo alcanzo y le
preguntó ¿Qué fue lo que te ocurrió? ...
Estabas a un paso de lograr la meta...
¿Por qué perdiste esa oportunidad?...
¿Por qué te retiraste?...

Con profunda consternación y algunas lagrimas mal
disimuladas, contestó en voz baja: "Si ella no me
ahorro un día de sufrimiento... Ni siquiera una hora,
es porque no merecía mi amor".

El merecimiento no siempre es egolatría sino
dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros
mismos a otra persona, cuando decidimos compartir
la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en
par y desnudamos el alma hasta él ultimo rincón,
cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos
dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.
Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca
fríamente el amor que regalamos a manos llenas es
desconsideración o, en el mejor de los casos,
desinterés o ligereza.
Cuando amamos a alguien que
además de no correspondernos desprecia nuestro
amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado.
Esa persona NO se hace merecedora del afecto que
le prodigamos.
La cosa es clara: si no me siento
bien recibido en algún lugar, empaco y me voy.
Nadie se quedaría tratando de agradar y
disculpándose por no ser como les gustaría que
fuera.

No hay vuelta de hoja: en cualquier relación de
pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y
menos aun, quien te lastime. Y si alguien te hiere
reiteradamente sin "mala intención", puede que te
merezca pero no te conviene.
Retirarse a tiempo
con la satisfacción de haber dado lo mejor de
nosotros mismos no tiene precio